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jueves, 12 de agosto de 2021

Paz es la Palabra

 

Paz es la Palabra


"¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos. “Lucas 19:42


Muchas cosas te pasan si estás muerto:

Encuentras tu puñal inoxidable,

la corona de espinas, el cortejo,

el poncho del abuelo en la maleta

que tiraron al mar,

por temor a las fiebres amarillas

que hacen metástasis en barcos de inmigrantes

con gentes escapadas de la guerra.

Muchas cosas te pasan si estás muerto:

Lo sabe el ruiseñor que te acompaña,

y que siempre creíste que era un cuervo,

por ser víctima de metáforas

corroídas de gris literatura.

Te sorprende con brillos y matices,

esa flor que has robado en los jardines,

para darla de ofrenda al desconsuelo,

porque tiene dos pétalos intactos,

sin fisuras ni grietas de abandono,

sedosas como un fino terciopelo

al tacto de tus manos

que carecen de dedos y de uñas,

en el sordo rumor de un tullido escenario.

Te arrulla el desamor sin frustraciones.

Recuerdas que tu boca está sellada;

y una carta ocultada en un ropero

-un absurdo ropero de cristal o nieve-,

espera ser leída con premura

por el destinatario desconocido que la abra,

con un cortapapeles de inventario

a sabiendas de que irá a quedarse ciego.

Muchas cosas te pasan si estás muerto:

Merodean espectros por tu entorno,

zumbando la canción de las abejas;

se te pegan bigotes en las nalgas,

cuelgan telas de araña de los techos,

y tu garganta carraspea

como un motor a punto de fundirse,

por no poder fumar sin miramientos.

 

Demasiadas cosas te pasan si estás muerto:

Admites que has vivido algunas décadas,

valientemente enroscado entre

tu ombligo y una sombra ilusoria,

similar a la de El viejo y el mar,

novela que amén de meritoria,

te busca inevitable,

reflejada en el lago de Narciso,

con tu nariz pegada a la pantalla de un cine

que hace siglos que no existe,

excepto entre los trastos de un archivo,

que un ángel ha escondido en los rincones

con menos picardía que malevolencia.

 

Es más, te dices en silencio:

“Es mejor que estas cosas, vulgares e inocentes,

que causan extrañeza al invitado,

sucedan ahora que estoy muerto,

presente ante mí mismo,

en mi entierro de nervios, músculos y tendones

con más alcohol que agua, y menos pelo que grasa"

para desquite y venganza de esa alma cansada,

que al nacer te han brindado virginal y liviana,

entre sábanas con sangre y ayes de dolor,

desde una erótica vagina maternal

que amarás tu vida entera,

mamando del pezón que exonera su cálido cobijo

del que fluyen sonidos musicales,

succionando y gruñendo,

suspiros, nanas y oratorias,

revestidas de líquidos amnióticos y puntos de sutura

manchados por membrana de placenta.

La inexplicable y tórrida Madre Creadora

pidiendo a Dios, con devoción suprema

en un idioma que entiendes solo a medias

que apresure el calostro para el vástago,

mimándote y besando tus pies, hasta el remilgo.

Te alegra que estas cosas, triviales, pasajeras,

te pasen mientras sabes que estás muerto:

porque es cien veces peor, vivir equivocado,

hostil y virulento,

creyendo que los sueños algún día,

cumplirán su propósito inocente,

creyendo que el final es inviolable,

si te dieran calor amartelado,

en cada cambio de pañales;

en tanto que unos niños, de repente,

tus antiguos amores, tus hijos, tus amigos,

enfilan ante el turno de viejos toboganes,

en un corso de kermese,

para deslizarse al umbrío precipicio,

y tú, detrás de ellos,

confabulados, resplandecientes e inquisidores,

exigiendo rosquillas de azúcar impalpable,

o dulzonas y tibias manzanas acarameladas,

que van a arruinarte los dientitos de leche,

que cambiaste por obra de un milagro

al que llamabas Ratón Pérez,

que dejaba debajo de la cama

el precio de una pérdida que subastaron sin tu firma.

Estas cosas que ocurren, trascendentes

de luz a oscuridad y bis se versan.

Ahora tú las contemplas y conoces,

porque dormita al lado de tu cama,

el secreto que nunca presentiste

pero alguna vez, escuchaste de abuelos resignados,

después de ponerse un poco de humectante crema,

para aliviar los surcos resecos en el rostro,

por vientos que congelan su pánico y sus huesos.

 

Y lloras, muchas veces… lloras… lloras

aunque sepas, que es mejor estar muerto.

Las arrugas ganadas con esfuerzo,

en soledad de cavernícola,

y ansiedad de impaciencia,

al Señor de los Cielos

rezan como mascotas entrenadas,

orando por poner coto a la espera:

 

Qué cuernos. 

Es mejor que te pasen ciertas cosas si estás muerto:

Recuerdes y perdones; reconcilies

si vuelves a nacer, sin saber cuándo,

ni si tiene un porqué lo vulnerable,

cantando un Aleluya en arameo,

y las obstetras guiñen sin asombro,

para que tu nueva madre no sospeche,

que podrías haber también nacido,

recitando los haikus japoneses,

o el antiguo latín de la escolástica,

o el sajón de las tribus de bárbaros ingleses;

y dirán, entre risas, que los tuyos

son meros balbuceos.

La primera palmada no busca que respires,

ni que adoptes tu antigua sinestesia.

Ellos quieren que borres el pasado;

que tu mente se adecue a una nueva pareja,

que quizás, en un tiempo, podrá llegar a amarte

como si fueras un superviviente más del holocausto

y te amará sin dudas, contra viento y marea,

si cumples con tu parte del convenio.

 

Esa mísera familia que te eligió y elegiste

para ser de tu familia, en una sociedad absolutista,

te traerá al más acá, cuando estés muerto,

rogará con descaro e inocencia:

que intentes progresar con la corriente,

porque el archipiélago fue invadido por expertos,

porque al archipiélago lo llaman continente

y las ballenas fueron atrapadas

por la fosca bandera de metal y estrellas,

revaluadas en oro y efectivo,

con tolerancia cero y mil defectos,

la bandera del karma del que amargamente reniegas,

deseando huir con los parias a otros mundos:

al suicidio colectivo

por tanta sinrazón que te ha de parecer inevitable.

 

Muchas cosas te pasan si estás vivo

y con conciencia,

saber que muchos piensan

que de la muerte no se vuelve,

por ejemplo,

(y asesinan a quienes no lo admitan).

Los poderosos serán tus humillantes jueces,

tus dueños esclavistas,

los tiranos groseros e infamantes,

y gozas la certeza indubitada,

que, escogiste muy bien,

el abrazo añadido sin esfuerzo,

porque siempre habrá leche,

si le ponen amor al chocolate los piadosos creadores,

porque siempre habrá padres que te adoren

y te lleven al parque

“cuidado: no resbales,

que el viejo tobogán es peligroso”

y llevan corazón en las solapas.

 

Si guardaste la carta de la reminiscencia,

en el ADN que te vio nacer por vez primera

a este mundo intratable, hermético y difuso,

que te hará sonreír con su réproba censura,

serás feliz,

por no seguir siendo como tus primos primates,

aceptando durezas de conducta.

Los entes disfrazados de personas

no sublevan la condición humana;

sacan rédito los orangutanes

que hacen monerías en el circo

para sentirse dioses del planeta,

pensarse redimidos

por la Verdad y la falsa elocuencia

de sintaxis remotas.

Me temo que no fueron curiosos esos tipos

disciplinados para el matadero.

 

La esquela de constancia cuando naces

ofrenda un solo verso,

seis escuetas palabras, sin adornos:

Sé bueno, sé feliz y ama”.

 

Lo demás es gambito de peones;

pitanza para chanchos;

elecciones del aborregamiento.

El estorbo fingido. Pecados capitales.

Trasplantes. Noche. Aurora.

Genocidio. Birretes. Amnistía.

 

Y dirás lo que Lucas escribiera:

“¡Cómo quisiera que hoy comprendieras el mensaje de la paz!”, con su  retórica modesta:

“Sé bueno, sé feliz y ama.”

 

Sublime poesía.