Al mattino, Signore, al mattino
A Adriana Mascagni, Preghiera (título)
A Hans Magnus Enzensberger
(quien dedica el poema Casa aislada a Günter Eich, primer verso)
Cuando me despierto
-casi siempre antes de las 8-
lo primero que aparece es el catarro,
las flemas, los ojos legañosos,
la cara hinchada por dormir mal
y sola.
No veo
nieves sulfurosas y brillantes,
mares embravecidos,
flébiles pájaros que conjuguen el verso
y la atención lírica.
Apenas un par de árboles verdes
recogen sus copas sobre las tejas del primer piso.
Veo conductores de autos lujosos que depositan a los hijos
en la escuela privada de mi barrio
y chicos de impecables uniformes
que marchan al colegio como al suplicio matutino.
Un señor serio cada tanto da recomendaciones:
“No vayas a tirar el envoltorio del alfajor al suelo.”
“Las botellas de plástico deber ir al cesto de
No reciclables”.
Veo madres apuradas, rezando para que
no falte la maestra de grado.
Mientras sigo haciendo gárgaras,
poniéndome gotas y tomando píldoras
(para calmar la alergia, el stress,
y favorecer la buena circulación de mis arterias)
escucho a través de la ventana
–sin curiosidad sino por el volumen alto del diálogo-
al padre explicarle a su niño
cómo fabricar una
pelota de trapo
para ganar el concurso anual.
La hija mayor (no más de doce años) lo llamó “sexista”
y siguió hablando por su móvil con la madre que
aparentemente
estaba trabajando en EE UU, por un viaje gerencial.
El papá sonrió con dulzura: “Dale un beso de mi parte”
“Decile que, por favor, regrese pronto.”
La chica era contestaria y rebelde.
"¿Y por qué no la llamás vos, viejo?
No soy tu empleada", le reprochó.
“En la madrugada, lo haré"
supongo que habrá pensado.
"No hace falta que me agredas.
Ahora tengo que explicarle a tu hermanito
cómo hacer una pelota de trapo.
¿No notaste la carita de tristeza que tiene?”
Mis molestias matutinas se aclaran poquito a poco.
Es tiempo de agradecer a Dios, a las vírgenes,
y a los Santos Evangelios,
a los libros sagrados del Corán y el Viejo Testamento,
a Amon Ra, a Zeus a Gea y Cronos,
a los poetas paganos y a los filósofos del zen,
a los platónicos y peripatéticos,
a los cínicos y nihilistas,
a mis ancestros,
al chico que tiernamente seguía las instrucciones de su
papá,
al papá que con su apacibilidad
amortiguaba la ausencia forzosa de la madre,
a la hija que luchará por los derechos de las mujeres,
cuando sea su tiempo,
aunque todavía tenga mucho que aprender
sobre la delectación de una buena convivencia;
en fin, dedicarles una oración a cada uno de ellos,
y a los fresnos, a los cables enmarañados,
a los automóviles lustrosos,
y agradecerles
el don de la vida y la esperanza
por los años que nos quedan por gastar.
Sin olvidar hacer el saludo al Sol, tampoco sea cuestión
que se ofendan los creadores de los cultos chinos.