Los deleznables
Malviven del poder de la palabra,
acomodan sus cuerpos deleznables
al carro de la Historia.
Lo único estable pareciera ser
su magisterio docto
de nombre impronunciable,
la sátira y el vicio de ironía.
Olvidan que el camino es de líquenes
y musgos en tierras
arrasadas
por pedregal y ralea.
El tamaño del delirio del poeta
es menos malo aun, es menos torvo,
que sus ínfulas de autores influyentes.
El hueso de la vida los corrompe
con el pesimismo ilustre
de sus veinte millones de euros en la cuenta.