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jueves, 12 de agosto de 2021

La foto de mi padre

 

La foto de mi padre

 

a Andrés Folino.

08/09/1922-14/07/1970.

 

I -

 

Allí quedó,

detenido en el tiempo inmemorable,

mi padre

en su última foto,

como un imán a una ventana monacal

donde entrar al pasado

y ascender a l futuro

en sardónica profecía del falaz indulto.

 

 

 

II-

 

Allí está

detenido en el tiempo irreversible,

mi padre

en su última foto

con la chata de cuatro ruedas

y cuatro nombres de mujer,

(las nenas de Folino)

sin puntos suspensivos.

 

Relucía un colgante de cuero y bronce,

y un eterno Siempre bien

fileteado en oro en la carrocería delantera.

La chaqueta del lechero

blanquísima y almidonada

y un escudo en el corazón independiente

como el club de sus amores.

Nunca tuvo un domingo libre.

Nunca tuvo vacaciones.

Su trabajo era un servicio público,

decía,

y estaba orgulloso de él.

 

Lo echaron de menos:

la jubilada de la libreta,

los mellizos,

las solteronas de la puerta de fierro,

el gordo del doque,

el recién nacido,

los manto negro de los ladrones:

“Andrés,

cuando hagamos un atraco grande

te pagamos todo”

y nunca revisaron una cuenta.

 

La peligrosa villa del comisario Polo

lo protegía del crimen urbano

y casi todos,

vinieron al velorio.

 

Dicen que lo mató,

a los cuarenta y siete,

la nicotina acumulada

de los Particulares Fuertes,

-negros, sin filtro-,

el gusto excesivo por el vino tinto,

el frío y la intemperie

de aquellos fatigosos inviernos.

 

Para mí, que lo mató

la leche embotellada de los supermercados,

la tristeza de abandonar los tarros

y desamparar a los clientes de la vida.

Y, más que nada, lo mató

el gobierno de Onganía

que prohibió drásticamente

la tracción a sangre

en los barrios residenciales.

Fue entonces,

que hubo que vender al Zorro

(al querido Zorro

que se sabía de memoria

el recorrido diario)

a un quintero de la Costa de Sarandí,

quien se quejaba bastante

porque el caballo le salió rebelde

y dos por tres,

se le iba al trotecito,

para volver a nuestra casa

a visitar a papá.

 

No sé si lo evoco,

lo tergiverso

o lo voy inventando,

pero en uno de esos regresos

furtivos o casuales

vi lágrimas en los ojos de mi viejo

y en los del animal.