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jueves, 12 de agosto de 2021

Al mattino, Signore, al mattino

 

Al mattino, Signore, al mattino

 A Adriana Mascagni,   Preghiera (título)

A Hans Magnus Enzensberger (quien dedica el poema Casa aislada a Günter Eich, primer verso)

 

 

Cuando me despierto

-casi siempre antes de las 8-

lo primero que aparece es el catarro,

las flemas, los ojos legañosos,

la cara hinchada por dormir mal

y sola.

No veo

nieves sulfurosas y brillantes,

mares embravecidos,

flébiles pájaros que conjuguen el verso

y la atención lírica.

Apenas un par de árboles verdes

recogen sus copas sobre las tejas del primer piso.

Veo conductores de autos lujosos que depositan a los hijos

en la escuela privada de mi barrio

y chicos de impecables uniformes

que marchan al colegio como al suplicio matutino.

Un señor serio cada tanto da recomendaciones:

 

“No vayas a tirar el envoltorio del alfajor al suelo.”

“Las botellas de plástico deber ir al cesto de

No reciclables”.

Veo madres apuradas, rezando para que

no falte la maestra de grado.

 

Mientras sigo haciendo gárgaras,

poniéndome gotas y tomando píldoras

(para calmar la alergia, el stress,

y favorecer la buena circulación de mis arterias)

escucho a través de la ventana

–sin curiosidad sino por el volumen alto del diálogo-

al padre explicarle a su niño

 cómo fabricar una pelota de trapo

para ganar el concurso anual.

La hija mayor (no más de doce años) lo llamó “sexista”

y siguió hablando por su móvil con la madre que

aparentemente

estaba trabajando en EE UU, por un viaje gerencial.

El papá sonrió con dulzura: “Dale un beso de mi parte”

“Decile que, por favor, regrese pronto.”

La chica era contestaria y rebelde.

"¿Y por qué no la llamás vos, viejo?

No soy tu empleada", le reprochó.

“En la madrugada, lo haré"

supongo que habrá pensado.

"No hace falta que me agredas. 

Ahora tengo que explicarle a tu hermanito

cómo hacer una pelota de trapo.

¿No notaste la carita de tristeza que tiene?”

 

Mis molestias matutinas se aclaran poquito a poco.

Es tiempo de agradecer a Dios, a las vírgenes,

y a los Santos Evangelios,

a los libros sagrados del Corán y el Viejo Testamento,

a Amon Ra, a Zeus a Gea y Cronos,

a los poetas paganos y a los filósofos del zen,

a los platónicos y peripatéticos,

a los cínicos y nihilistas,

a mis ancestros,

al chico que tiernamente seguía las instrucciones de su

papá,

al papá que con su apacibilidad

amortiguaba la ausencia forzosa de la madre,

a la hija que luchará por los derechos de las mujeres,

cuando sea su tiempo,

aunque todavía tenga mucho que aprender

sobre la delectación de una buena convivencia;

en fin, dedicarles una oración a cada uno de ellos,

y a los fresnos, a los cables enmarañados,

a los automóviles lustrosos,

y agradecerles

el don de la vida y la esperanza

por los años que nos quedan por gastar.

Sin olvidar hacer el saludo al Sol, tampoco sea cuestión

que se ofendan los creadores de los cultos chinos.