Ay del solo...
Ay del solo que se cae
porque no tiene quien lo levante.
Eclesiastés.
Nos apremia la noche del encuentro
con una libertad desmesurada.
Entre hollejos de uva y vino dulce
las horas se despeñan
como tierra procaz por las laderas.
La fábula del burro queda lejos:
No se oyen resoplidos
ni por casualidad.
Nos albergan La ciudad
y los perros
con cierta dramaturgia acostumbrada
al pálido sopor de los llorones
y La esfera y la cruz
por monigotes.
Los tibios pasatiempos del que espera.
Porque sin literatura no hay caída
ni tropiezan las musas con sus héroes.
En la tarde que excusa lapidaria
el jadeo nocturno del despacho,
los tímidos aplausos de la cópula
y la embestida entre célula y fluidos,
se aprestan los imanes a perderse
en la fina textura de perezas
concebidas con celo,
ajenas al olvido,
hasta verte cruzar la vieja puerta
que conoce de oxímoron y presos.