jueves, 12 de agosto de 2021

Más pequeña y más grande que un átomo

 

Más pequeña y más grande que un átomo

 

Más pequeña y más grande que un átomo

es la tristeza intangible.

No cabe tanta desolada pena

en un frágil corazón herido

de mortal soledad indefinida.

Atravesar la puerta de la casa

y verse solo,

rodeado de espectros fantasmales,

contraría la gracia de la noche

que promete tropiezos seductores

con carabelas que el mar ha naufragado

en islas de reputación dudosa

entre mareas de alcohol y pestilencia.

Mirar a cada rato

la pantalla del teléfono móvil,

que hemos convenido en llamar celular,

porque cada mensaje a recibir

formará parte de la epidermis afectiva,

sutil canción de cuna que arrulle nuestros sueños,

y decepcionarnos,

como si no supiéramos de entrada

del abuso de spam publicitario

que va a  burlarse de nosotros.

Encender el televisor como un ritual inútil

y apagarlo,

buscando cualquier cosa

que espere en el refrigerador el momento adecuado

de ser servida en la mesa.

Ir cocinando

la comida menos aconsejable del día

en tanto que extendemos la cama que dejamos desecha

antes de salir apurados al trabajo.

Cenar, por fin, a solas con la ausencia,

que crece cual una sombra bien alimentada.

Y después de leer algunas páginas

del libro más tedioso de la historia

de la literatura contemporánea,

otra vez a irse a dormir con la seguridad

de que este no ha sido el peor día de nuestra vida,

que nos queda mañana por delante,

si logramos sobrevivir la aturdida pérdida

del abandonado

a la deriva de Dios y su ironía.

 

 

 

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